Territorio de encuentros interculturales y artes de la memoria
En Unguía se junta el río Atrato con el mar Caribe y confluyen los caminos de mujeres y hombres indígenas, afrodescendientes y mestizos que habitan el territorio que se extiende desde las costas del golfo de Urabá hasta la serranía del Darién, donde la frontera entre Colombia y Panamá divide también el territorio ancestral del pueblo gunadule.
En este territorio en el que convergen los pueblos gunadule, embera dobida y embera katío asentados en los resguardos de Arquía, Tanela, Eyaquera y Cuti, con las comunidades negras que habitan los territorios colectivos de Cocomaunguia, junto a colonos campesinos que han fundado poblados como Gilgal y Balboa; la diversidad cultural enmarca la pluralidad de concepciones del mundo y formas de habitarlo.
Día de las danzas y las culturas del Darién. Parque arqueológico Santa María la Antigua del Darién (Unguía), junio 15 de 2019. Fotografías: Investigación Prácticas Artísticas y Memoria en el Pacífico (UdeA – RHUL).
Allí donde tiene su origen del pueblo gunadule, donde los españoles fundaron la primera ciudad europea de América, donde no hace mucho un bloque paramilitar se nombró Tanela, como el río y resguardo de las comunidades embera de Loma Estrella, Ziparadó, Tumburrulá y Citará, confluyen historias de conflictos antiguos y recientes que los diversos pueblos de Unguía procesan a partir de los conocimientos ancestrales que fortalecen sus modos de vida en riesgo.
En los trasmallos con los que las comunidades negras pescan el bocachico, en los winis y molas de protección que visten las mujeres gunadule y en los collares okama que adornan los cuerpos de las mujeres Embera Dobida y Katío, las diversas comunidades que habitan el municipio de Unguía hilan sus identidades culturales y tejen la vida a través de las artes de la memoria.
En las hamacas donde las madres gunadule paren a sus hijos, donde los saglagan entonan loscantos sagrados del Babigary las abuelas arrullan a los niños y niñas, la comunidad de Maggilagundiwala que habita el resguardo indígena de Arquía canta la historia del pueblo dule.
La memoria gunadule vibra en los cuerpos sonoros de las abuelas que enseñan a tejer las molas a sus nietas y con sus voces entonan los cantos de arrullo que inician a los niños y niñas dule en la cultura e historia de su pueblo.
Sentados en sus hamacas los saglagan entonan los cantos en los que narran la historia de los ancestros gunadule y preservan la memoria antigua y reciente de Unguía en el lenguaje ritual que los argar traducen y actualizan al presente en dulegaya. En los cantos terapéuticos que entonan los inaduledi para curar las enfermedades del cuerpo y del espíritu palpita el conocimiento ancestral de la naturaleza con el que el pueblo dule practica el cuidado de la vida y el entorno.
Azotea en la vereda Mundo Nuevo. Gilgal (Unguía), 2020. Foto: Vilardo Escobar
En las huertas comunitarias donde los colonos mestizos de Gilgal cosechan semillas de soberanía alimentaria y en las azoteas donde las mujeres negras de Marriaga y Tumaradó siembran las plantas aromáticas y medicinales se cultiva la memoria y la esperanza porvenir de los pobladores de Unguía.
En las semillas del ají y del cacao, en las raíces de la albahaca, del bijao y otras plantas sagradasgunadule que brotan en Unguía, germina la vida ritual de Maggilagundiwala.
Con bejucos y árboles maderables de la región los gunadule construyen sus casas como les enseñó Ibeorgun, mientras que en palafitos sobre las ciénagas, donde crecen los peces que alimentan a los pobladores de Unguia, las comunidades negras de Cocomaunguía han construido coloridos poblados sobre el agua como Tumaradó, El Roto y Marriaga.
La memoria musical de Unguía crece en los frutos y semillas del totumo y el bambú que los indígenas gunadule transforman en las maracas y flautas que silban y zumban la polifonía que mueve los cuerpos de los hombres y las mujeres que danzan el espiral del universo.
La memoria antigua y reciente de Unguía se sedimenta en el territorio donde se encuentran los caminos de las distintas comunidades que lo habitan. En las riberas del Río Tanela, donde los gunadule enfrentaron al colonizador español, donde se desmovilizaron los hombres y mujeres que el Bloque Elmer Cárdenas de las AUC entrenó para expandir la guerra por el bajo y medio Atrato, las capas estratigráficas de la tierra esconden restos del pasado antiguo y reciente que une a las comunidades diversas en una misma historia de barbarie y resiliencia.
Allí donde arqueólogos y guaqueros, historiadores y pobladores locales han encontrado las ruinas de Santa María la Antigua del Darién, símbolos de un pasado de desencuentro y destrucción entre culturas, se ha creado un lugar de memoria viva. Allí las diversas culturas de Unguía se juntan al son del bullerengue y al ritmo de tambores y cantos embera, de la flautas y las maracas gunadule, en un espacio de encuentros interculturales en el que a través de las danzas, las narraciones orales y los juegos tradicionales se fortalecen los lazos comunitarios y las identidades colectivas.
Al otro lado del río Tanela, en el poblado de Gilgal, donde a finales del siglo pasado un profesor y sus alumnos improvisaron cementerios para hacer la tarea de enterrar dignamente los cuerpos de conocidos y desconocidos que amanecían tendidos en las calles, pobladores de las distintas comunidades de Unguía comparten hoy sus experiencias del conflicto reciente y construyen memoria histórica del trabajo comunitario como estrategia de resistencia al desplazamiento forzado.
En Magilagundinwala, donde el camino ancestral que conecta las comunidades gunadule de Panamá y Colombia permanece minado por los señores de la guerra que silenciaron los cuerpos musicales de cinco saglagan de Baya y Buguru, autoridades tradicionales guna de los dos países organizaron el congreso cultural binacional Cantamos para no morir en el que los salgas de todas las comunidades gunadule se juntaron a entonar los cantos sagrados para ratificar lo que los une como pueblo y proteger el territorio ancestral común.
En las faldas del cerro Dagarguna, lugar sagrado de origen del pueblo gunadule, la comunidad de Magilagundinwala se resistió a través de los cantos y el encuentro a abandonar el resguardo de Arquía, territorio en el que el pueblo gunadule da sentido a su cultura y protege los galu, lugares sagrados que al interior de las capas de la madre tierra guardan la sabiduría para vivir en armonía con la naturaleza.
Los encuentros para reforzar los lazos comunitarios son también la estrategia empleada por las comunidades negras que habitan las ciénagas de Unguía, quienes cada año se juntan en Tumaradó para celebrar en el Festival del Bocachico la tradición de pescar y comer el alimento de la ciénagas que en su desembocadura forma el río Atrato.
La diversidad cultural del municipio de Unguía se resalta en el nombre de otro lugar de encuentro que es la casa de las culturas, donde ensayan los grupos de chirimía y danzas, como caderas sin control, que animan las fiestas y eventos en las que las comunidades celebran estar juntos.
En los cuerpos y territorios amenazados que habitan las diversas culturas de Unguía están latentes las memorias e identidades con las que las comunidades construyen sentidos colectivos para sobrevivir a la barbarie. Desde la educación y el trabajo comunitario que se articula a través de encuentros culturales, convites y mingas se propician procesos creativos en los que se tejen, se cantan, danzan y siembran los sentidos que conectan el pasado y el presente con la esperanza por venir que anhelan las diversas comunidades que habitan el territorio de Unguía.