En el medio día de Buenaventura, el Pacífico parece envuelto en un resplandor. Es una luz casi de espejismo al cabo del atasco del puente de El Piñal y las esquinas abarrotadas de gente, altoparlantes y uniformes militares. En el Malecón Bahía de la Cruz, grandes letras de colores dan la bienvenida al visitante. Desde la orilla se avistan los palafitos levantados durante generaciones en los territorios ganados al mar; describe María Eugenia Mosquera.

Estos territorios son espacios en donde se ubican personas de diferentes partes del pacífico, donde construyeron viviendas palafíticas y comenzaron procesos comunitarios en la búsqueda de ganar territorios al mar. Estos barrios han representado el territorio de las comunidades pesqueras de Buenaventura, como lo son Yurumanguí, Naya, Anchicayá, Punta Bonita, San Juan, entre otros.

Para las comunidades que los habitan se convierten en la vida misma, porque esos territorios más allá de ser ganados al mar, son ocupaciones étnicas y ancestrales que se logran con el esfuerzo y el sudor de generaciones y generaciones de comunidades afro, personas que día a día llevaban tierra, madera, que construían sus propias viviendas y los puentes que conectan hoy en día a miles de familiar, conexiones que permiten que hoy Buenaventura sea un ejemplo de lucha, comunidad y vida.

Desde la cosmovisión de las Comunidades Negras, el territorio es el espacio para ser, expresiones entre los humanos y la tierra donde una comunidad escribe sus formas de vivir, “… este es nuestro mar que criamos, aquí nacieron los niños y nos criamos en nuestro mar comiendo pescao y jaiba, piangua, sangada, de todo, es que estamos muy amañados aquí en nuestro mar (…) a mí me fascina vivir acá en el Lleras… nosotros tenemos su casa amplia donde regocijamos, donde respirar conta brisa que entra acá por las tardes uno acá vive relajado”, dice Policarpa en entrevista personal realizada por Nayive García.