Resignificación de Ritos Fúnebres

Los ritos fúnebres en el Medio Atrato sostienen la inquebrantable relación entre vivos y muertos de las comunidades negras e indígenas de esta región. Los velorios de toda la noche, donde se rezan rosarios y se cantan alabaos, las nueve noches siguientes cuando se acompaña con rezos y cantos, la última noche, el levantamiento de tumbas, y el canto de chigualos y gualíes, cuando muere un niño o una niña, son algunas de las prácticas que acostumbran las comunidades negras del medio Atrato cuando muere alguno de sus miembros.

Cuando el conflicto armado se agudizó en esta región a partir de 1997, las comunidades vivieron la perdida de seres queridos como nunca antes. Las desapariciones forzadas, los desplazamientos y destierros, en muchas ocasiones impidieron que los ritos se realizaran de acuerdo con costumbres ancestrales. Sin embargo, esto no quebrantó las relaciones de los vivos con sus muertos en esta región. Por el contrario, activo una serie de transformaciones y resignificaciones de los ritos, que fueron adaptados para cerrar los duelos de manera colectiva.

En Bojayá, el asesinato del padre Jorge Luis Mazo en 1999, quien había trabajado de manera incansable para apoyar a las poblaciones del Atrato en medio del conflicto, dio inicio a este proceso de transformación y resignificación de ritos fúnebres. Las cantadoras de alabaos provenientes de la comunidad de Pogue fueron invitadas a cantar para despedir al padre, y ahí, por primera vez, se atrevieron a modificar las letras de estos cantos ancestrales para contar lo que había ocurrido:

El padre, Jorge Luis Mazo,

él iba para Quibdó

y llegando a Las Mercedes

 una panga lo mató

y llegando a Las Mercedes

una panga lo mató.

La panga que lo mató

 era la de los paracos

el recibió un fuerte golpe

lo tiró al Río El Atrato”

(Luz Marina Canola, de las Cantadoras de Pogue, canta este alabado el 19 de septiembre de 2019)

La composición de alabaos como ejercicio se memoria se convirtió en parte central de las conmemoraciones que reunían a los habitantes de Bojayá en torno a sus muertos.

Con la masacre del 2 de mayo, todas las prácticas mortuorias se vieron trastocadas, y sin embargo, en medio de la confrontación entre guerrilla y paramilitares, los habitantes de Bellavista hicieron lo posible por asegurar que sus víctimas pudieran ser enterradas según la tradición. Aunque no se pudo hacer un velorio, las mas de 80 victimas fueron cuidadosamente ubicadas en una fosa, a pocos kilómetros río arriba, para que los cuerpos no fueran quemados por los grupos armados. Diecisiete años después, se logra cumplir con las ritualidades que permiten despedir a los muertos según las costumbres de esta región. Para lograrlo, los sabedores y sabedoras debieron reunirse para proponer la manera más adecuada de proceder. A las autoridades indígenas de Bellavista se les pidió realizar un ritual de armonización en el mausoleo, el velorio colectivo incluyó alabaos y gualíes, algo poco común ya que rara vez mueren tantos adultos y niños al mismo tiempo. Debido a que los cuerpos habían sido exhumados dos veces, una en la fosa y nuevamente en el cementerio de Bellavista, para su adecuada identificación, la tierra recogida por los forenses fue retornada, con el fin de emplearla para una siembra de árboles, en un acto simbólico, que no hacía parte de los ritos fúnebres tradicionales. En Pogue, donde también se realizaron los ritos fúnebres de las victimas de la masacre que pertenecían a la comunidad, se realizó el tradicional recorrido de despedida, con todos los habitantes, en una peregrinación donde cada casa se convirtió en una estación para recordar y honrar a los seres queridos.

La Entrega Final representa no solamente el cierre colectivo de un duelo de 17 años, sino también la lucha del pueblo bojayaceño por una reparación en sus propios términos, de acuerdo a sus saberes y creencias.