Durante la Semana Santa en el barrio de Punta del Este en Buenaventura, la comunidad se une para celebrar su fe a través de las tradiciones afro; muchos de ellos provenientes de Yurumanguí, zona al sur de Buenaventura, de la cual tuvieron que desplazarse por el conflicto armado. En el documental El Matachín (dir., Juana Hianaly Galeano, 2009), se puede ver la presencia del ejército o paramilitares al fondo de las tomas por las calles. A pesar de esta vigilancia, el ánimo de las personas es energético. Hay ensayos de música con tambores (ritmo que se llama manasillo), guasá, el canto del cununo, y danzas en las iglesias, casas y calles; los jóvenes hacen máscaras de madera y las pintan con colores vibrantes (azul claro, rojo, blanco). Todos están conscientes que ésta es una tradición importante para su pueblo; los ayuda a definirse territorial y culturalmente.
Por cuatro años, el festival no se celebró en Punta del Este siguiendo el luto por la masacre en 2005 de doce jóvenes del barrio, miembros del elenco principal de la fiesta de los matachines. En 2009 volvieron a festejarlo para animar al barrio. Alba Helena Aramburo, líder comunitaria, y su hermana Manuela Aramburo quienes salen en los documentales El Matachín y La Fiesta, transformación de un ritual (dir. Felipe Hidalgo Orozco 2017) se encargaron de organizar el festival de nuevo en Buenaventura. Alba eventualmente regresa a la Junta de Yurumangui y entre ahi y Punta del Este hay intercambios de conocimiento para mantener y revitalizar las tradiciones de la fiesta. Sin embargo, el desplazamiento forzado crea nuevos cambios en la fiesta y esto es parte de la innovación cultural que estas comunidades tienen que emprender para poder seguir sus tradiciones.
El honor de ser matachín (o más bien jugar ese papel) se traslada de padre a hijo o entre familia extendida. Igual que el trabajo de crear disfraces, de construir el efigie y decorarlo, se intercambia entre las mujeres del barrio. Cada rol es parte del conocimiento ancestral del pueblo de Yurumangui. Para la fiesta, los matachines se visten con hojas de palma y cubren sus caras con unas máscaras de madera decorada con colores y cintas. Este disfraz representa el papel de los Fariseos y soldados romanos que juzgaron a Jesus y lo condenaron a la muerte. Esta recreación del juicio de Jesucristo utiliza referencias locales (p.e., “Barabas fue el que le dio el arroz y muere Dios”). La estetica de las mascaras, acompanada por un baile con un baston es muy parecida a la estetica de danzas enmascaradas de Africa, principalmente en Angola, Ghana, Congo, Cote D’Ivoire, Mali, Guinea y Sierra Leone, paises cuyos cuidadanos fueron esclavizados y traidos a la fuerza a las Americas durante la epoca de la esclavitud transatlantica. En este sentido, los matachines hacen parte de las prácticas artísticas y culturales de la diáspora Africana.
Hay un momento durante la procesión del Cristo muerto que los matachines se tiran al suelo debajo del efigie que lo llevan cargado. Tratan de impedir el camino, pero no lo logran porque el pueblo sigue andando y cantando. Los matachines se vuelven a levantar, se adelantan y otra vez se echan al suelo. Esto es una tradición específicamente de Yurumangui y la coreografía de los matachines de tirarse al suelo, de levantarse, y del pueblo seguir adelante sin pisar o arroyar a los matachines está bien ensayada y practicada durante la procesión. Cuando ésta termina, se arma la fiesta con música, baile y canto durante toda la noche. La procesión, el andar, el canto y la recreación de la tradición después de cuatro años de duelo ayudó a la comunidad a superar el dolor de la pérdida de los muchachos asesinados. El acto de caminar, cantar y llorar juntos durante la fiesta de los matachines en el 2009 terminó siendo un proceso curativo para el barrio Punta del Este. Alba insiste que mientras ella siga viva, su responsabilidad será de sostener este ritual y el legado del festival que es algo ancestral que hay que dejarle a los nietos.